EL
BAUTISMO DEL ADIOS
En
memoria de todas las víctimas inocentes de los atentados terroristas del 11 de
septiembre
de 2001 en los Estados Unidos.
Los
Treinta años como Solista de Michael Jackson era un acontecimiento para sus
seguidores. Todos aquellos que pudimos programar un viaje a los conciertos en
New York comenzamos a soñar meses antes. Nadie podría presagiar los
acontecimientos que se avecindaban.
Es
pasar de la euforia a la más profunda depresión. Luego de los dos conciertos y
no sólo de ver a Michael Jackson, sino después de tener la posibilidad de ver
a los Jackson juntos y a las grandes luminarias de la música internacional,
llegó el momento jamás imaginado.
Tan
sólo faltaban horas para abandonar nuestro hotel rumbo al aeropuerto, cuando el
terror se apoderó de New York. Nadie podrá experimentar aquella sensación si
es que no estuvo esa mañana del martes 11 de septiembre en la gran manzana. No
importaba cuan lejos o cerca estaba uno de las torres, el sentimiento era el
mismo.
Particularmente
mis sentimientos eran muy encontrados. En ese mismo momento que se producían
los atentados a las torres gemelas yo debería estar en una de ellas
visitándolas. Sin embargo ya que el lunes 10 llovía sobre la ciudad y estando
cerca del World Trade Center decidimos junto a mi amigo Marcelo, adelantar
nuestra visita y subir a ellas. Nuestros ticket de entrada marcan las 16 y 56 de
la tarde.
Muy
poca gente formaba fila en el ascensor para subir. Estábamos muy mojados, justo
al cruzar la gran plaza seca del complejo la lluvia caía muy fuerte. Nos
protegimos entre dos columnas de una de las torres. Eran todo acero, roca y
cristal. No pude evitar recordar el video de Michael "Stranger in
Moscow". Aquella lluvia me lo recordaba, la gente corría, otros
simplemente se entregaban al aguacero como un último bautizo del cielo a
aquellas torres que se erguían desafiantes.
Un
dejo de tristeza y de melancolía me rondaba al observar desde lo alto de la
torre a una ciudad gris, mientras la lluvia empañaba los cristales del piso de
observación. En las grandes pantallas del restaurant en la cima del cielo,
Whitney Houston asomaba cantando "Siempre te Amaré", mientras yo
saboreaba un café pensando cuan dichoso era poder vivir toda esa experiencia y
en mi mente rondaban los nombres y los rostros de miles de seguidores que no
tuvieron mi misma suerte.
Al
dirigirnos rumbo al gran ascensor un cartel que antes había obviado me saludaba
diciendo "Bienvenidos a la Cima del Mundo". Los japoneses se
apuraban a prender sus cámaras y enfocar al tablero que marcaba aceleradamente
la cuenta regresiva hasta la planta baja. No necesité ningún tipo de cámara,
ya que soy de los que piensan que aquellos momentos especiales de la vida quedan
indelebles en el corazón.
Nuevamente
en la salida, la torre nos protegió del torrente de agua que caía sin cesar.
Apenas pudimos paramos un taxi y subimos totalmente mojados. Nos
alejábamos del bajo Manhattan, pero el dejo de tristeza continuaba dentro mío.
Nuestro
televisor del cuarto de hotel al encenderlo pasadas las 9 y 30 de la mañana de
ese martes mostraba como muy cerca de nosotros las dos torres humeaban
mortalmente heridas. Nuestra sensación era la misma cuando uno pierde a un ser
querido imprevistamente "... pero si hace pocas horas estuvimos en
ellas". Cuando pudimos reaccionar y al presumir la preocupación de
nuestros familiares a más de catorce mil kilómetros de distancia decidimos
bajar al lobby del hotel. Ese lugar de mármol y de espejos era un epicentro de
confusión. Las pantallas de los televisores mostraban el horror. En los
teléfonos largas colas de turistas de todas las razas tratando de comunicarse
con sus familias. Decidí probar suerte y llamar desde un teléfono en la calle.
El panorama era aterrador. Aquellas escenas de cine catástrofe se me habían
vuelto realidad.
La
séptima avenida totalmente cortada al tránsito. La estación terminal de subte
ubicada debajo del Madison Square Garden, y que a su vez estaba situada frente
al hotel donde me alojaba, se encontraba clausurada y así millones de
newyorkinos caminaban sin rumbo por las avenidas.
Los
aviones caza de la fuerza aérea norteamericana comenzaron a sobrevolar la
ciudad como prevención de nuevos ataques. Me alejaba en busca de un teléfono y
el panorama por todos lados era el mismo aunque estuviéramos a muchas cuadras
de las torres. La gente no daba crédito a sus ojos. No sólo las torres fueron
impactadas, sino que todo New York recibió el eco que produjo el estrepitoso
estruendo de los dos edificios al derrumbarse.
La
gran capital del mundo se vistió de luto. No había quien no tuviera un
conocido que trabajase en ese lugar. Fueron muchísimas horas de desazón. Nadie
sabia si habría un próximo objetivo, más aún cuando el edificio Empire State
se encontraba a tan solo dos cuadras del lugar donde nos encontrábamos.
El
duelo fue generalizado, inmediatamente las grandes tiendas y todo el comercio en
general cerraron sus puertas. Así continuó al día siguiente y la ciudad
amaneció empapelada de panfletos con fotos de rostros sonrientes, pero
lamentablemente todas esas personas eran buscadas por sus familiares. Todos
ellos estuvieron en las torres gemelas en el momento del atentado. Así pude
conocer los rostros de la tragedia. Cientos de ellos eran mudos testigos de la
locura humana.
Los
días subsiguientes aumentaron el dolor, las iglesias se encontraban abarrotadas
de fieles que rezaban por la suerte de sus amigos o familiares. Agobiado por las
noticias de la televisión decidí esa semana salir a dar una caminata más como
para restar horas a ese encierro. Restar horas a esa imposibilidad de abandonar
el lugar, subirme a un avión y regresar a mi hogar. La mala noticia estaba
dada. Tendría que esperar 7 días para poder tomar el primer vuelo que recién
se concretó el 18 de septiembre.
Esa
caminata nos llevó hacia el Times Square. Eran las 7 de la tarde y todos se
ubicaban en las veredas con una vela encendida. En ese momento recordaba mis
pasos de esa tarde lluviosa de lunes en el piso de observación del World Trade
Center, recordaba como el agua desde el cielo cubría a las torres gemelas y me
día cuenta que esa tarde fue el bautismo del adiós...
Gustavo
Marcelo Cusnier
Presidente
"La Corte del Rey del Pop"
Club Mundial de Seguidores de Michael Jackson
Ídolos
que cambian la vida de las personas, nunca serán olvidados.
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