
En una de nuestras conversaciones junto a mi amigo, el Rabino
Shmuley, me dijo que había propuesto a algunos de sus colegas
(escritores, pensadores y artistas) que escribieran sus
reflexiones sobre el Sabát. Él sugirió entonces que yo apunte
mis propios pensamientos sobre el asunto. Estaba intrigado por
el proyecto, justo en el momento de la reciente muerte de Rose
Fine, una mujer judía quien era tutora en mi niñez y quién
viajó conmigo y mis hermanos cuando éramos "The Jackson
Five".
Cuando las
personas ven las apariciones que hice en la televisión, era
apenas un muchacho (8 o 9 años), ellos ven a un muchacho
con una gran sonrisa. Asumen que este pequeño está sonriendo
porque es alegre, que está cantando con su corazón porque es
feliz, y que está bailando con una energía que nunca deja,
porque está distendido. Mientras cantaba y bailaba era feliz, y
sigo siéndolo. En ese momento lo que más quise eran dos cosas
que hacían años maravillosos a mi niñez, a saber:
la hora de recreo y el sentimiento de ser libre. El gran público
tiene que entender las presiones de un niño célebre, todo ese
éxito siempre exige un gran precio. Mas siempre, deseé ser un
muchacho normal. Quise construir las casas del árbol e ir a
patinar en las fiestas. Pero siempre fue imposible. Tenía que
aceptar que mi niñez sería diferente a la mayoría de los
otros. Eso fue lo que siempre hizo preguntarme como seria una niñez
normal.
Había un día
en la semana, sin embargo, que yo podía escaparme de los
estudios de Hollywood y de las muchedumbres de los conciertos.
Ese día era el Sabát. En todo las religiones, el Sabát es un
día que se le permite y se le exige al creyente que ande fuera
de lo cotidiano y se enfoque hacia lo trascendental. Yo aprendí
algo en particular sobre el Sabát Judío, en particular de Rose,
y mi amigo Shmuley me fue clarificando cómo, en el Sabát
judío, la vida cotidiana de cocinar la cena, comprar
comestibles y regar el césped, dan paso a lo extraordinario,
natural y milagroso. En este día, el Sabát, todo el mundo
consigue detener al ser ordinario.
Pero lo que
yo quería, estaba más allá del ser ordinario o trascendental.
Así que, en mi mundo, el Sabát era el día en que podía
caminar fuera de mi única vida y vislumbrar lo cotidiano. Los
domingos eran mi un día para "Abrir caminos", (el término
usado para el trabajo misionero de los testigos de Jehová).
Nosotros nos pasábamos el día en los suburbios de California
del Sur, yendo de puerta en puerta o haciendo rondas en el
centro comercial distribuyendo nuestra revista de la
"Atalaya". Continué mi trabajo de "abrir
caminos" durante años. Después de 1991, luego de mi
gira "Dangerous", me disfrazada con un traje de gordo,
peluca, barba, gafas y salía por diferentes lugares, visitando
shopping y casas rodantes en los suburbios. Amé poner el pie en
todas esas casas y ver a los niños jugando al Monopolio o con
sus abuelas sentadas en sillones mimándolos; todo aquello
era maravillosamente ordinario y para mí eran mágicas escenas
de la vida. Muchos, lo sé, dirían que estas cosas no
parecen nada grande. Pero para mí eran realmente
fascinantes.
La cosa más
cómica era que ningún adulto alguna vez sospechó quién era
ese extraño hombre de barba. Pero los niños, con su
intuición extra, lo supieron enseguida. Como el Flautista
de Hamlin, me seguían ocho o nueve niños alrededor del centro
comercial. Ellos me seguían, susurraban y se reían, pero no
revelaban mi secreto a sus padres. Eran mis pequeños ayudantes.
Eh, quizás usted recibió una revista dada por mí. ¿Ahora se
estará preguntando seguramente si así fue?.
Los domingos
eran sagrados por otras dos razones. El día en que asistía a
la iglesia y el día que ensayaba duramente. Esto puede parecer
que contradecía la idea del "resto del Sabát," pero
era la manera más sagrada de pasar mi tiempo: desarrollando los
talentos que Dios me dio. La iglesia era un obsequio en su
propio derecho. Era de nuevo una oportunidad para mí de ser
" normal." Los superiores de la iglesia me trataron
igual que trataban a todos los demás.
Cuando era
niño, mi familia entera asistía a la iglesia en Indiana.
Cuando nosotros crecimos, se puso difícil, y mi madre notable y
verdaderamente santa a veces terminó yendo sola. Cuando las
circunstancias hicieron difícil que yo asista, me conforté con
la creencia de que Dios existe en mi corazón, en la música y
en la belleza, no sólo en un edificio. Pero todavía extraño
el sentido de comunidad que sentía allí. Extraño a los amigos
y a las personas que me trataron solo como uno más de ellos.
Simplemente humano, compartiendo un día con Dios.
Cuando fui
padre, mi sentido entero de Dios y del Sabát fueron
redefinidos. Cuando miro a los ojos de mi hijo, Prínce, o de mi
hija París, veo los milagros y la belleza. Cada día se
vuelve "el Sabát". Teniendo a los niños me permito
entrar en este mundo mágico y santo a cada momento de todos los
días. Veo a Dios a través de mis niños. Hablo con Dios a través
de mis niños. Agradezco las bendiciones que Él me ha dado.
Han habido
tiempos en mi vida cuando, como todos, he tenido que preguntarme
por la existencia de Dios. Cuando Prince sonríe, cuando París
se ríe, no tengo ninguna duda. Los niños son el regalo
de Dios. Ellos son la energía de Dios, su creatividad y su
amor. Dios es visto así en esa inocencia de la niñez y
experimentado esta alegría.
Mis días más
preciosos como un niño eran esos domingos cuando pude ser
libre. Eso es lo que el Sabát siempre ha sido para mí. Un día
de libertad. Ahora yo encuentro esta libertad y magia todos los
días en mi papel como padre. Lo asombroso es que todos tenemos
la habilidad de hacer todos los días el día precioso, que es
el Sabát. Nosotros hacemos esto entregando nuestro corazón y
teniendo en mente a las pequeñas personas que llamamos hijo e
hija. El tiempo que nos pasamos con ellos es el Sabát. El lugar
en que estamos se llama el Paraíso."
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