
Cuando Michael Jackson caminó por primera vez
sobre la luna y cambió el pop para siempre
Así fue la noche en la que el cantante dio unos pequeños
pasos (hacia atrás) para el hombre, pero un gran paso para la cultura pop.
Por JUAN SANGUINO
revistavanityfair.es
En "2001, una odisea en el espacio" un monolito aparece cada vez que la
humanidad se adentra en un nuevo nivel de la evolución: el descubrimiento de
las herramientas por parte de un grupo de primates, el aterrizaje del hombre
en la luna y el amanecer de la inteligencia artificial HAL 9000.
La cultura pop, en la que todo sucede a una velocidad mucho más
vertiginosa, también tiene sus propios monolitos. Dorothy cayendo en la
cuenta de que ya no está en Kansas en El mago de Oz. El vestido rosa de
Chanel de Jackie Kennedy salpicado por la sangre de su marido. Madonna
besando a Britney Spears y el realizador eliminando a Christina Aguilera de
la posteridad.
Hace 35 años, Michael Jackson caminó sobre la Luna y se instauró una
nueva era en la historia de la música. Aquel 16 de mayo de 1983 nació el
pop.
El especial Motown 25: Yesterday, Today, Forever celebraba el aniversario
del sello discográfico y estuvo plagado de gestos emotivos: la voz quebrada
de Stevie Wonder agradeciendo a la compañía por “darle una oportunidad a un
chaval negro, ciego y pobre”, Marvin Gaye recordando el sufrimiento de los
artistas negros ignorados por la industria hasta que llegó Motown o Michael
Jackson, quien tenía el álbum (Thriller) y la canción (Billie Jean) número 1
en Estados Unidos, dejándole el micrófono a su hermano Jermaine para que
cantase su estrofa de I'll Be There durante la reunión de los Jackson 5
(Michael era el único cuyo micrófono estaba encendido, sus cuatro hermanos
estaban cantando en playback). Pero hoy el mundo solo recuerda un instante
de Motown 25: Michael Jackson desafiando la lógica, la física y la gravedad
al deslizar sus pies caminando hacia atrás.
Michael Jackson vestía una chaqueta negra de lentejuelas prestada por su
madre, una camiseta plateada de lamé, pantalones negros, mocasines negros y
un guante cubierto por 1200 diamantes falsos cosidos a mano. También llevaba
unos enormes calcetines blancos: quería que el público le prestase atención
a sus pies.
“Tengo que decir que aquellos fueron buenos tiempos” arranca Michael
Jackson una vez sus hermanos han abandonado el escenario tras interpretar un
medley de sus éxitos, “me encantan esas canciones, fueron momentos mágicos”.
De repente su tono adquiere una mayor solemnidad y mira directamente a la
cámara: “pero especialmente me gustan... [Michael levanta su ceja derecha]
…las nuevas canciones”. En ese momento Michael Jackson estira su brazo y
coge un sombrero negro que su asistente, Nelson P. Hayes, había colocado
fuera de cámara (“me hizo ensayarlo 20 veces para asegurarse de que el
sombrero estaría exactamente donde quería”, contaría Hayes después) y
empieza la base de Billie Jean. La orquesta descansa, porque Michael estaba
convencido de que no sería capaz de recrear el ritmo de la canción y la
historia de la música empieza a escribir un nuevo capítulo.
Entra el bajo y Jackson presenta todos los movimientos de baile que se
pasaría el resto de su carrera repitiendo: la patada, la pelvis marcando el
ritmo de la canción, el giro sobre sí mismo terminando de puntillas, la
pierna giratoria en paralelo al suelo y el toquecito en la entrepierna. Una
actuación que representa “el producto de más de 70 años de evolución en la
danza” según Shanna Freeman y que “encapsula toda la tradición de
movimientos de baile afroamericanos”, según Ian Inglis. Sus movimientos
resultan eléctricos pero elegantes, mecánicos pero fluidos, ensayados pero
emocionales, sexuales pero no eróticos, furiosos pero no cabreados. Es Fred
Astaire y es James Brown. Y entonces, tres minutos y 36 segundos después de
que empiece la canción, Michael Jackson hace el Moonwalk y el público, entre
el éxtasis y la confusión, enloquece.
Apenas dura un par de segundos y si parpadeas te lo pierdes, pero nadie
parpadeó durante esta actuación. Si la gente recuerda que el Moonwalk dura
más de lo que realmente dura es porque parece que el tiempo se ralentiza.
Jackson no había ejecutado el paso durante los ensayos, de modo que incluso
los trabajadores de la sala de realización perdieron el control durante unos
segundos (“¿habéis visto eso?”, “¿qué demonios acaba de pasar?”, “¿cómo lo
ha hecho?”) y el cantante repite la el truco de magia una vez más antes de
terminar la canción, ya convertido en el Rey del Pop.
“¿Cómo cojones actúas después de eso?” recordaría Adam Ant, la efímera
estrella de la música británica que tenía que cantar una versión de las
Supremes (Where Did Our Love Go?, lo cual no le hizo ninguna gracia a Diana
Ross) a continuación, “fue como ver a los Beatles en el programa de Ed
Sullivan”. La compositora Valerie Simpson se acercó a Michael tras la
actuación: “Todo el mundo corrió hacia él para felicitarle, pero él no
estaba ahí, como si acabara de vivir una experiencia extracorpórea. No
respondía, no era él mismo, no era capaz de descender donde estábamos
nosotros”.
En plena promoción de su segundo álbum en solitario tras Off The Wall,
Thriller, Michael Jackson sabía algo que nadie más sabía: que aquella
actuación cimentaría su carrera para siempre. Había accedido a reunirse con
sus hermanos con la condición de que le dejasen cantar una canción a él solo
de su nuevo repertorio (como solista, no trabajaba para Motown sino para CBS)
y, mientras el canal que emitiría la gala (NBC) exigía insertar entrevistas
con Mick Jagger o Paul McCartney por temor a que el programa resultase
“demasiado negro”, Jackson supervisaba a través de sus abogados el montaje
de su actuación con la misma precisión con la que había dirigido la
realización (“él indicaba cómo quería el escenario, la iluminación, el foco
y los planos, según los gestos que él hiciera con los brazos”, explica la
relaciones públicas Suzy Ikeda).
A pesar de que Michael aseguró que simplemente dejó que “la canción
crease los movimientos”, se sabe que llevaba tres años esperando la
oportunidad idónea para asombrar al mundo con el Moonwalk. Lo había visto en
1979 en el programa Soul Train, donde Casper Candidate y Cooley Jaxson
ejecutaron el paso al ritmo de la canción de Jackson Working Day And Night.
En aquella época se le conocía como el backslide (deslizado hacia atrás) y
provenía del folclore negro: la primera grabación registrada del movimiento
es la de Cab Calloway en 1932 (bautizada The Buzz, “el zumbido”), pero fue
imitada por docenas de artistas como el mimo Marcel Marceau (“andar contra
el viento”) o David Bowie en Aladdin Sane. Sin embargo, el propio Jackson
renegó de esta tradición cuando en su biografía Moonwalker (también título
de una película y un videojuego) aseguró que lo había aprendido mirando a
los niños negros del gueto.
El impacto del Moonwalk no radica en la originalidad o la propiedad
intelectual, al fin y al cabo Elvis Presley copió a Chuck Berry, Madonna
copió a las drag queens y Beyoncé copió a Bob Fosse, sino a cómo engendra la
propia identidad de Michael Jackson como artista. Primero, aquella actuación
funcionó como un Bar Mitzvah afro: el niño de los mofletes rechonchos que se
lo pasaba bomba cantando con sus hermanos había mutado en un guerrero de
mandíbula de bronce, cuya nueva musculatura se movía como si fuese etérea.
Segundo, estableció la percepción en el imaginario colectivo de que, en
realidad, Michael Jackson se había transformado en algo más sublime que un
hombre. Era una criatura superior.
“Michael Jackson era Dios, pero no solo en cuanto a su dimensión y su
poder, sino en cuanto a su misterio” describe el escritor Ta-Nehisi Coates,
“en cómo los niños escuchaban a los adultos hablar de él en términos de
leyenda y tradición y en cómo elaboraba obras milagrosas: Michael Jackson
mediaba en guerras entre bandas, Michael Jackson era el rey de los zombis,
Michael Jackson pisaba el suelo y las piedras se convertían en luz”. El
cantante se autoerigió artísticamente como un ser sobrenatural que se
inclinaba hacia adelante sin despegar los pies del suelo, que se convertía
en pantera y que ganaba a Michael Jordan en una pachanga de baloncesto. Y
todo comenzó con el Moonwalk, el equivalente pop a ver a Jesucristo caminar
sobre las aguas.
Thriller acabó siendo el disco más vendido de la historia y el éxito de
sus videoclips convenció a MTV de apostar por otros artistas negros. El
catálogo de Motown volvió a sonar en la radio, sus artistas salieron de gira
de nuevo y las comedias de Hollywood de los 80 atestaron sus bandas sonoras
de clásicos del soul que acompañaban locas persecuciones que habitualmente
terminaban con un coche atravesando un escaparate. Michael Jackson, el
primer cantante que actuó junto a cuerpos de baile que imitaban su
coreografía, fundó el pop tal y como lo conocemos hoy: un espectáculo tan
visual como sonoro que se alimenta del arte performativo y cuya estética (el
vestuario, las coreografías, los videoclips) forma parte del producto y de
la experiencia tanto o más que la propia canción.
El pop, un género musical inofensivo por definición, parecía tornarse
trascendental cuando Michael se movía. Hablaba como un niño asustado de ojos
tristes hasta que empezaba a sonar la música y la mirada se endurecía para
transformarse en el líder de un ejército, el líder de una tribu o el líder
de una secta con sus propios gritos de guerra ininteligibles (“sh'mon”, “sh-cha-kun”,
“he-he” o directamente un grito que solo le salía bien a él). Era un rey
callejero. Era un ilusionista para las masas. Y las masas respondieron
haciendo lo único que, según Nietzsche, han sabido hacer en el siglo XX:
matar a Dios.
Gracias a Jackson, la denominada primero “música para negros” y
“música negra” después” pasó a llamarse “pop”, la industria renunció a
décadas de prejuicios y, 35 años después, tanto las mayores estrellas
musicales del planeta (Beyoncé, Kanye West) como las que más conversación
cultural generan (Childish Gambino, Cardi B) son negras.
En Motown 25, una noche concebida para celebrar la nostalgia del pasado,
Michael Jackson cambió el futuro. Y no solo el de la música. Un día después
de la emisión de la gala, su director Don Mischer acudió a la Casa Blanca
para supervisar la grabación de una entrevista con Ronald y Nancy Reagan,
las personas más blancas de la nación en aquel momento, pero todos los
empleados de la administración Reagan eran incapaces de prestar atención a
su trabajo: no podían dejar de repetir “¿visteis lo que hizo Michael Jackson
anoche?”.
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