
Ojos de ciervo, corazón automático
A los seis
añitos Michael ya era un monstruo del escenario, un James Brown en miniatura
que divertía a los clientes de los clubs de Gary ( Indiana ) y otras ciudades
cercanas. Cinco años después, en 1969, vendía su primer millón de discos
como el frenético solista de los Jackson 5, materializando así las fantasías
de su padre, operario de una fábrica metalúrgica y músico frustrado. Durante
los años 70, Michael compaginó los compromisos familiares con grabaciones en
solitario. Según crecía, se hizo dos propósitos: alcanzar la independencia
artística, libre de las presiones de padres y hermanos, y convertirse en la
primera figura del negocio del espectáculo.
Su timidez fuera
del escenario escondía una inteligencia y unas antenas que le permitieron
extraer enseñanzas valiosas a partir de las experiencias desagradables. En
Motown, la paternalista empresa que explotaba a los Jackson5, aprendió la
táctica del "crossover": a diferencia de otras compañías negras, la
empresa de Berry Gordy evitaba quedarse en el ghetto y comercializaba su música
para un público masivo, sin distinción de razas. Allí y en los primeros años
de Epic, Michael realizó el meritoriaje discreto -labores de composición,
arreglos y producción- hasta que estuvo seguro de poder volar por su cuenta,
fue entonces cuando se distanció artísticamente de una familia disfuncional
que era un lastre para su proyecto de Conquista del Mundo.
Lo logró, a pesar
de que muchos despistados insisten en considerarle un tontito que está en la
inopia. Lo poco que se sabe de él permite trazar un perfil de ser
ultra competitivo, que sabe bandearse en ese mar de tiburones que es la industria
de la música. Igualmente es experto en manipular a los medios: muchos de los
rumores más disparatados sobre su persona han sido puestos en circulación por
su eficacísima organización.
Creía estar en el
buen camino: era infinitamente famoso y fabulosamente rico. Pero, ay, resultaba
demasiado extraño para ser amado. Se le disculpaban las lagunas culturales,
incluso las referentes al show business: no conozco a James Dean. ¿Qué
películas ha hecho últimamente?. Se sabía que no leía los periódicos y que
sus conocimientos sobre política se basaban en conversaciones con Jane Fonda o
breves chapuzones en programas televisivos mientras zapeaba buscando dibujos
animados.
Todo esto
peculiaridades del Maravilloso Chico raro. Pero las acusaciones de abuso de
menores pertenecían a otra categoría. No importa que el promotor de la
denuncia sea un personaje dudoso. No importa que el escándalo llegara cuando
Estados Unidos sufría una epidemia de histeria respecto a los delitos sexuales
cometidos contra menores de edad. No importa nada ya que millones de personas
creyeran ver en ese asunto la confirmación de sus sospechas, el secreto sucio
que daba perverso sentido a la imagen laboriosamente construida. No, preferimos
a los ídolos con pies de barro, con esqueletos en el armario, con defectos
inconfesables. Sólo así, en el conocimiento de su falibilidad, tiene disculpa
nuestra idolatría: "al fin y al cabo, tampoco es perfecto". Como
Nosotros.
Y aquí tenemos a
Michael Jackson, todavía en la brecha tras haber pasado por el periodo más
amargo de su vida. Otras estrellas menos fuertes se habrían apresurado a
esconderse, a desaparecer de la faz de la tierra. Michael defiende su inocencia
y quiere luchar en el único terreno que conoce: el de su arte. Y sale bajo los
focos, tal vez ignorando que su blanca reputación ya está manchada por tinta
indeleble. Le han intentado destruir, ha tenido una brutal lección de cómo
funciona el mundo. La batalla que le espera es la más dura y cruel de su
carrera y sólo queda desearle que La Fuerza lo acompañe.
Diego A. Manrique
|