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Todos recuerdan a Neverland

«Neverland Valley fue el homenaje de Michael a los niños del mundo, especialmente a aquellos que estaban enfermos, desfavorecidos o abandonados. Michael quería que los niños pasaran el mejor momento de sus vidas y olvidaran sus problemas, al menos durante el tiempo que estuvieran en el rancho. Michael participó en todo lo que se hizo en el rancho. Su atención al detalle fue extraordinaria. Hizo que cada atracción en fuera modificada especialmente para proteger a los niños que tenían discapacidades físicas.»

David Nordahl, artista plástico y amigo de Michael

«La primera vez que fui a Neverland, por supuesto que fue emocionante. Estaba en la luna de la emoción. Pero llegas y conduces por un rato. Y luego empiezas a verlo. Es simplemente hermoso. Y a medida que vas cuando te acercas, sales de tu auto, comienzas a escuchar la música. Y simplemente despierta algo en ti, como un niño. Te sientes como un niño. Es hermoso. Y los sonidos y los olores. Es simplemente una experiencia que nunca lo olvidaré. Michael me dio un recorrido. Y por supuesto me llevó en el tren, me mostró el lago, el zoológico, las atracciones, el teatro, la sala de baile. Ahí es donde pasamos mucho tiempo. Y él simplemente me mostró todo. Me quedé asombrado y pensé: ¡guau! Ha construido un paraíso aquí para sí mismo».

LaVelle Smith Jr., bailarín y coreógrafo

“Michael quería una cámara presente mientras hacía su último recorrido, en el lugar que llamó hogar durante más de 20 años: El rancho Neverland.

Esto fue tres meses después de que fuera absuelto en 2005; se fue para no volver jamás.

Esta fue la última foto que le tomaron allí”.

Jonathan Exley, fotógrafo

«Para mí, Michael fue una leyenda, un icono, el mágico, el rey, la voz, el baile, el humanitario, el hombre en el espejo y más, un increíble ser humano.

Fui bendecido de conocerlo, encontrarlo y visitar Neverland cuando Michael todavía la consideraba su hogar.

Trabajé con la Fundación «Heal The World» por varios años en los 90 y me uní a Michael en diferentes proyectos humanitarios.

Además de ser un leal fan de Michael Jackson por 25 años, encontré maneras de conectarme con él a través del mutuo interés y respeto por la humanidad. No había nada más gratificante para Michael que ser capaz de ayudar a los menos afortunados o niños enfermos, en cualquier lugar del mundo.

Escribí un poema acerca de mi reflexión de Neverland y se la di a Michael algunos años atrás. Aunque incompleta, expresaba para mí cuánto la amaba él y cómo realmente vivía su creación a través de mi descripción.

Esta es una corta mirada de ese mágico lugar que Michael creó y amó: «Neverland»:

Lentamente manejando a través de las puertas de roble de bienvenida al Valle de Neverland. Uno sonríe inicialmente, luego abre sus ojos, y en ese momento se derrama una lágrima de felicidad. Mágicamente, la sangre corre a tu cabeza a través de todas las venas en tu cuerpo, como el amor a tu corazón. Esta es la entrada de Neverland. La primera cosa que ves son dos hermosos arcángeles iluminados, colgando frente a la casa, mostrando sus trompetas con eminencia, dando la bienvenida a casa.

El sonido del agua que fluye libremente, gotitas de fuentes y el dulce silbido de los pájaros todo encapsula el aire con alegría, como música clásica y los versos de Michael en «Childhood» se proyectan a través de las rocas creando una melodía entre los árboles. Instrumentos de la naturaleza, todos reflejos del hombre que vive aquí.

En la distancia ubicados sobre una isla, están docenas de elegantes flamencos rosas haciendo alarde de su elocuencia, iluminando el paso a tu niñez. Lagos, fuentes, agua y dientes de león todos en paz uno con el otro.

El sol, la estrella incandescente brilla sobre las montañas circundantes en el valle, creando chispas y emulando imágenes en el agua, reminiscencia de la vida más allá.

Las flores púrpuras, azules, amarillas, malva y lavanda , todas enriquecen los jardines de Neverland, liberando olores de libertad y paz. Los diferentes colores y formas definen la belleza de la naturaleza.

Un rojo tren de vapor te transporta a través del viaje de tu juventud. La primer parada es la estación en Katherine Street. El potente aroma del caramelo y golosinas domina todos los sentidos, llevándote de nuevo a tus primeras dulces delicias. Un hermoso retrato para todos tus recuerdos de la infancia, con la lista de regalos de Navidad de Santa y una escalera de caracol que te dirige a una cálida y acogedora sala de juegos. Los hologramas están diseñados en las paredes y una placa en honor de su amada madre titula la casa e instala la sensación de amor.

La siguiente parada, el impresionante parque temático. Aquí tu mandíbula se abre y cae y tu alma emerge. El niño existe en todos nosotros. El gato de Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas espera tu llegada mientras todos los juegos están activados e iluminados. Las canciones de Disney llenan tu corazón y levantan tu espíritu, visiones conmemorativas de la juventud perdida. Autitos chocadores, zipper, ruedas, columpios, la doncella del mar todos operados con la música de Michael energizando la tranquilidad.

Le dije a Michael que sólo completaría el poema cuando visitara Neverland otra vez. Tristemente, eso no pasaría nunca.

Michael, tu vivirás en mi corazón para siempre de verdad. Te extraño inmensamente. Dios bendiga y proteja a tus dulces, inocentes niños. Finalmente, puedas descansar en paz eternamente, cuidando de nosotros».

Taymoor Marmarchi – Partícipe de la Fundación «Heal The World»

«Yo no quiero que el mundo lo recuerde como un loco, porque él no lo era. Quiero que la gente lo recuerde como un hombre que quería hacer de este mundo un lugar mejor y como padre, ese papel ha sido tan importante para él» dijo.

Conocí a un hombre que trabajaba para una compañía constructora (Urquidez Construcciones) que trabajó en Neverland. Yo decía en broma con él, diciéndole que si alguna vez necesitaba una doncella que me llame. Y así lo hicieron.

Una vez le pregunté por qué nadie hablaba con él. Tuve que decirle que se trataba de las reglas que nos habían dado, pero no entendía por qué, en realidad él no había establecido las reglas.

Recuerdo que los primeros años fueron felices y alegres. A Michael Jackson le gustaba jugar con los niños que venían a visitar Neverland. Le encantaba reír, era jovial y feliz.

Quería mucho amar y ser amado. Él amaba a sus hijos, se sacrificó por ellos».

Kiki Chambers – Empleada de Neverland Ranch

Hoy escuché en las noticias que Michael Jackson tuvo un ataque al corazón… y murió de un paro cardiaco, a la edad de cincuenta, en Los Ángeles. Recuerdo una larga conversación que tuve con él a las cuatro de la mañana, y mi visita a Neverland. Primero fue la visita; la conversación, unas semanas después, por teléfono.

Neverland, una ciudad boscosa de juguete con juegos mecánicos y casas de muñecas y animales de zoológico y jardín de los placeres, está tras un magnífico portón en un camino lateral en una área rural más allá de Santa Bárbara.

Un camino alineado con estatuas de bronce de tamaño real –niños que saltan la cuerda, animales que retozan– conduce a un lago artificial y a una estrecha vía de ferrocarril hacia la mansión de Michael.

Neverland ocupa todo un valle de más de once kilómetros cuadrados, aunque una pequeña parte se dedicó a viviendas: sólo la casa principal con sus tejas oscuras y ventanas de postigos y una casa para invitados de tres dormitorios. El resto se destinó a la terminal del ferrocarril, un formidable cuartel de seguridad, varias casas de la risa, un cine (dormitorios con ventanales en vez de butacas) y sitios casi indefinibles, uno con tipis como los de los campamentos indios, un gazebo enorme.

En la parte más ancha del valle, los juegos del parque de atracciones estaban en funcionamiento –centelleantes, musicales, pero vacíos. El “Sea Dragon”, los carritos chocones de Neverland y el carrusel Neverland tocaban “Childhood”, la canción de Michael (“¿Alguien ha visto mi infancia?”). La música salía incluso de los prados y los jardines, altavoces disfrazados de grandes rocas grises zumbaban melodías de show, invadiendo el valle con el imparable hilo musical de Muzak que ahogaba el gorjeo de las aves silvestres. En medio de esto, un Jumbotron, su gran pantalla del tamaño de las de los autocinemas, mostraba una caricatura, dos criaturas con cara de locas graznaban miserablemente la una a la otra; todo esto muy brillante en el claro atardecer de California… sin una alma mirándolo.

Aun cuando no había llovido durante meses, las hectáreas de césped regadas por aspersores subterráneos estaban profundamente verdes. Aquí y allá, como soldados de juguete, gente de seguridad uniformada, patrullando a pie, o en carritos de golf, algunos de guardia; ya que Neverland era también una fortaleza.

–¿Para qué es esa estación de ferrocarril? –pregunté.
–Para los niños enfermos.
–¿Y todos esos juegos?
–Para los niños enfermos.
–Mira todas esas tiendas de campaña –escondidas en los bosques, este fue mi primer atisbo de la colección de tipis altos.
–La aldea india. Los niños enfermos aman ese lugar.

Desde esta altura podía ver que este valle de placer infantil laboriosamente recobrado estaba atestado de más estatuas de las que había visto desde tierra. Bordeando los caminos de grava y los senderos de los carritos de golf había pequeños bronces encantadores de flautistas, filas de chiquillos agradecidos que sonríen abiertamente, montones de pequeñines tomados de la mano, algunos con banjos, otros con cañas de pescar; y estatuas grandes también de bronce, como la pieza central del paseo circular delante de la casa de Michael, una estatua de Mercurio (el dios del comercio y los comerciantes), de treinta pies de altura, casco alado y toda la cosa, en equilibrio sobre las puntas de los pies.

La casa de Neverland estaba llena de imágenes, muchas de ellas representando a Michael de tamaño natural, detalladamente ataviado, en poses heroicas con capa, espada, cuello volado, corona. El resto era una muestra de una especie de iconografía obsesiva, imágenes de Elizabeth Taylor, Diana Ross, Marilyn Monroe y Charlie Chaplin; y para el caso, de Mickey Mouse y Peter Pan

Paul Theroux – Escritor Norteamericano

Uno de los recuerdos más inolvidable de mi niñez fue mi visita a Neverland Ranch cuando tenía 13 años. Han pasado muchos años desde aquello, pero todavía lo siento como si fuese ayer.

Fui invitado al reino del Rey del Pop para celebrar el cumpleaños de una de sus sobrinas. Viajamos desde la casa de los Jacksons en Encino en un coche. La seguridad se aseguró de que nadie nos seguía en nuestro camino por la costa hacia el condado de Santa Barbara. Me gustaría poder compartir fotos, pero las cámaras no estaban permitidas.

El Neverland que recuerdo era muy diferente al que salía en la TV los días siguientes al fallecimiento de Michael. Estaba lleno de vida, color y calidez. La felicidad era palpable. Se podía sentir desde el momento que ponías el pie en la propiedad. El sol brillaba sobre las colinas, había música saliendo de los árboles (literalmente), y los pájaros cantaban. Abrimos las puertas majestuosas y vimos lagos y estatuas de bronce de personajes de cuento.

Me preguntaba si Michael estaba allí en ese momento, pero no lo vimos. Lo que vimos fue lo más cercano a vivir un sueño. Había un parque de atracciones, un zoológico, unos juegos, una estación de tren y mucho más. Imaginen Disneylandia, excepto que todo era gratis y no había que hacer cola.

Al principio nos llevaron al cine a ver el cortometraje de “Ghosts”, que todavía no había visto el público. En la antesala del cine había un puesto donde podías consumir tantas gaseosas y caramelos tamaño gigante como quisieras. Lo único que te frenaba era tu propio autocontrol. Tras la proyección, fuimos al zoológico para ver el reptilario y los animales de granja. Había también otros animales como monos, cabras, cerdos, serpientes, ranas, ponys, llamas, leones y canguros. El día que estuvimos allí nació una jirafa.

Tras el zoo, tuvimos una barbacoa en una carpa junto al cine. No recuerdo que la comida fuera extraordinaria, pero no había ido allí a comer. Yo me fui a meter mis manos para tomar todo el algodón de azúcar que pude. Había carritos con dulces por toda la propiedad. Lo siguiente fue el parque de atracciones, lo mejor del día. Manejamos autos chocadores, subimos a la noria, al carrusel, a las sillas voladoras, y mi favorito, el Eyerly Spider, que tenía brazos como un pulpo y te subía y bajaba. ¡Debí montar más de diez veces!.

Desde allí, salimos hacia la estación del tren donde había chocolate caliente, postres y una pared llena de pantallas de TV con una Nintendo 64, esperándonos. El tren, llamado Katherine por la madre de Michael, entró en la estación. Subimos y nos llevó hacia una cabaña de dos pisos repleta de máquinas recreativas cerca de la casa. Jugué a Michael Jackson’s Moonwalker, probé un simulador de vuelo y salté en una cama elástica hasta que fue hora de volver a casa.

Salí con un souvenir, una paleta dulce con el logo de Neverland, un niño sentado en la luna. El dulce se desintegró con los años, pero el recuerdo durará toda la vida.

Devin Lazarine – Editor gráfico

Sería difícil calcular cuántas veces había estado en el rancho. Durante quince años había conducido periódicamente por los caminos sinuosos desde mi casa, a sólo unas pocas millas del Rose Bowl, a través de la 118 hasta la 101, a través de Santa Bárbara y luego subiendo la montaña hasta Los Olivos. Eran casi exactamente dos horas y media en cada sentido, si el tráfico era bueno.

Lo curioso de conducir hasta el rancho era que nunca me cansaba. Siempre había un poco de emoción en mi cabeza, como cuando era joven y iba a un parque de diversiones o a la playa. Sí, fue trabajo, pero fue más que solo trabajo. Estábamos construyendo un lugar que era mágico y hacía feliz a la gente.

Recuerdo mi primera vez en el rancho, probablemente en 1988. Michael
lo compró y trajo un libro de bienes raíces sobre él (su nombre anterior era Sycamore Valley Ranch) al estudio para mostrarnos fotos del mismo. En silencio me llevó a un lado para preguntarme si podía instalar algunos monitores de estudio en su habitación, y lo siguiente que supe fue que estaba conduciendo hacia Neverland por primera vez.

Cuando llegaste a Neverland, lo primero que viste fue la puerta de seguridad y el timbre. Aunque he cruzado esa puerta innumerables veces y los guardias me conocían a mí y a mi gran Chevy Tahoe verde, nunca tuve la libertad de ingresar a la propiedad si
mi nombre no estaba en la lista de pases. Una vez que encontraran tu nombre, la puerta gigante de madera se abriría y conducirías hasta la caseta de guardia justo al otro lado.

La seguridad siempre fue profesional y amigable, pero nunca informal. Me hicieron las mismas preguntas en casi todas las visitas y me pidieron que me registrara.

«¿Tienes una cámara?», – «No.»

“¿Sabes adónde vas?” -«Sí.»

Una vez autorizado, se le permitirá continuar.

El camino desde la primera puerta hasta la segunda fue quizás de casi una milla. No había césped ni flores, y las colinas solían estar secas y polvorientas, con arbustos tupidos. Nunca pensarías que es la entrada de una celebridad mundial.

En poco tiempo, verías el logotipo de “Boy On The Moon” dando la bienvenida a los visitantes en un cartel al costado de la carretera. Finalmente pasarías esa última colina y comenzarías a doblar la esquina. Ya sea por casualidad o por diseño, siempre me gustó esta pequeña acumulación de espera para ver el césped y los jardines bien cuidados. Fue como una introducción larga y lenta a una gran canción o película. Empezarías a vislumbrar una exuberante hierba verde y vallas blancas.

Mientras conducías, aparecían más cosas a la vista: el lago, robles gigantes que protegían una casa enorme, casas de huéspedes, las vías del tren y una estación de tren, estatuas y, a lo lejos, en la distancia, había más edificios y, por supuesto, el parque de atracciones y el zoológico.

A pesar de que había subido esa colina quizás 250 veces, todavía sentía esa pequeña punzada de emoción cada vez. Sería imposible no hacerlo.

Mientras conducía por la última colina que conduce a la puerta ornamentada, verá un enorme estacionamiento para que los autobuses y los invitados dejen sus autos. Todo esto fue parte del drama de visitar Neverland. No se vio todo el espectáculo de una vez, sino que se presentó por etapas.

Primero dejarías tu coche y darías un corto paseo a través de la ornamentada puerta. Al menos así la llamamos, la «Puerta adornada».

A Michael le encantaba crear preparación y dramatismo, y todo comenzó con la llegada del invitado a esta puerta. Los invitados dejaban sus autos y eran recibidos por un empleado uniformado del rancho y escoltados a un tren privado del parque de diversiones. Esta fue una excelente manera para que entraran en el mundo de Michael.

Entendió cómo contar una historia y cómo preparar el escenario, y todo comenzó en esa puerta.

Realmente no había ningún lugar en la tierra como Neverland, y nunca volverá a ser el mismo porque su creador ya no existe. Aún así, siempre estará plenamente vivo en mi memoria. instagram.com/inthestudiowithmj/

Brad Sundberg, Ingeniero de Sonido

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